Albarracín está considerado como uno de los pueblos más pintorescos y bellos de España. Con la simple visita a la ciudad no es preciso de buscar más justificación a tan honrosa atribución. Emplazada a la entrada de las gargantas del Río Guadalaviar, a 1180 metros de altitud, Albarracín da nombre a la sierra en la que se sitúa (la Sierra de Albarracín) al suroeste de la provincia de Teruel.
El otro plato fuerte del fin de semana turolense fue sin duda la ciudad de Albarracín, donde llegamos en torno a las 16:15h, de este Sábado, 27 de Octubre del 2008.
Aparcamos al lado de nuestro hotel, el muy recomendable Hotel Arabia, en la parte más baja de la ciudad, y ya bajándonos del coche y mirando con cierta perspectiva, nos quedamos fascinados con el entorno arquitectónico de tan singular belleza, y desafiante a los principios más básicos de la gravedad, que se elevaba sobre nuestras cabezas.
No perdimos tiempo en pasar por el hotel, e inmediatamente nos dirigimos al centro de la ciudad para realizar la visita guiada, que prometía un rotundo interés. Subimos por la peculiar escalinata que desde la carretera conduce al centro histórico, y pronto alcanzamos la Plaza Mayor de la localidad, muy cerca de la cual encontramos el establecimiento turístico "El Andador", que organiza rutas guiadas por la localidad.
Nos informaron que la siguiente ruta guiada estaba planificada a las 17:00h, por lo que disponíamos de unos minutos para tomar contacto con la ciudad por nuestra cuenta.
Anduvimos un poco por estas angostas y peculiares callejuelas hasta llegar a un bonito mirador, junto a la Catedral y el Palacio Episcopal de la localidad, que nos ofrecía una soberbia vista sobre todo Albarracín, destacando el impresionante sistema de murallas que guarnecían la fortaleza y Torres de la Engarrada, y del Andador, sitas en el punto más alto del cerro, por cuya ladera se van descolgando, a modo de colmena, y unas encima de otras, todas la peculiares casitas del característico color ocre que tanta personalidad provee a la ciudad, hasta la propia vega del Río Guadalaviar, el cual rodea y delimita el centro histórico de la ciudad.
Muy cerca se encontraba la sede de la Fundación Santa María de Albarracín, concretamente en el histórico edificio de las Caballerizas del Palacio Episcopal, hábilmente recuperado para las labores de difusión turística llevadas a cabo por dicha Fundación. Visitamos brevemente este lugar, donde disfrutamos de un corto audiovisual explicativo de la historia y arquitectura de la ciudad, muy interesante para su interpretación.
Nos presentamos puntuales a las 17:00h en la Plaza Mayor para iniciar la visita guiada. Pronto descubrimos el gran nivel de erudición sobre la zona que poseía nuestra guía, Erosia, y la pasión que imprimía en las explicaciones que nos ofrecía sobre los aspectos históricos y culturales de aquella, su tierra. También nos ayudó en estos primeros momentos de la visita a saber interpretar la peculiar arquitectura de la población, basaba en el uso del yeso y la madera, que si bien resultaba sencilla, demostraba su contundente eficacia para soportar el paso de los siglos, no en vano algunos de los enormes maderos que soportaban el peso de cada piso, entresacaban los balcones, e incluso ampliaban la superficie de la planta a medida que se ascendía en altura, tenía casi ocho siglos de antigüedad. Según nuestra guía, la fortaleza de estos pilares se debía al conocimiento profundo del trabajo de la madera, y al corte de la misma, realizado en luna menguante y con savia muerta (circunstancia ideal en enero para árboles de hoja caduca).
Nos pusimos en marcha bajando desde la Plaza Mayor por la calle Azagra, cuya peculiaridad radica en que ofrece dos perspectivas bien distintas, según se baje o según se suba. Resulta también curiosa la casa que hace esquina entre esta calle y la Calle Postigo, una casa de geometría muy irregular hasta el punto de presentar visibles seis lados.
Continuamos la marcha y en seguida nos topamos con la famosa Casa Azul, la única de este color que existe en la población, y una de las pocas con estética distante de esos ocres, característicos del yeso oxidado por la humedad. Giramos luego a nuestra izquierda para tomar la Calle del Chorro, ofreciéndonos el paseo por la misma una vista excepcional hacia La Alcazaba y La Catedral.
Hicimos una pequeña parada en un lugar de esta calle para observar la impresionante inclinación que presenta el flanco de una de las casas, con más de 60cm de desplome, apurando al máximo extremo su equilibrio gravitatorio.
Proseguimos ahora hasta la Iglesia de Santiago (s.XVII) de la que se eleva una de las más vistosas torres de la ciudad, y tomamos la calle del mismo nombre hasta llegar a la Casa de la Julianeta, que propicia una de las fotos más típicas de Albarracín. Se trata de una edificación sin un sólo muro en perfecta verticalidad, desafiando de igual modo la ley de la gravedad.
Muy cerca de la casa de la Julianeta se encuentra el Portal de Molina, llamado así porque de aquí partía el camino hacia Molina de Aragón. Está formado por dos robustos torreones cuadrados y poseía un matacán defensivo para arrojar objetos a los invasores. Continuamos el paseo reparando en las curiosas celosías y blasones que lucían algunas casas señoriales, de grandes portones decorados con curiosas aldabas de motivos animales (reptiles, fundamentalmente), hasta llegar al llamado Rincón del Abanico, desde donde podemos admirar un buen ejemplo de los principios arquitectónicos de la ciudad, llevados de nuevo al límite, con casas desafiantes a la gravedad y a los años, incrementado la planta en cada nivel superior con voladizos inverosímiles.
Y por último, para finalizar la visita guiada, nos dirigimos a extramuros de la ciudad, para admirar primero la fachada barroca del Palacio Episcopal (s. XII-XVIII), residencia de los obispos de la diócesis de Albarracín, y La Catedral, del s. XVI, construida sobre una edificación anterior del siglo XII, de origen románico o mudéjar, aunque conserva losas con inscripciones de origen romano.
Y así terminamos la visita guiada a la ciudad, en el mismo mirador que disfrutamos a nuestra llegada, ya sólo quedaba pasar por el hotel para acomodarnos, y disfrutar después de una provechosa cena en el restaurante "El Rincón del Chorro", donde pudimos dar buena cuenta de una muestra gastronómica sin igual, muy tradicional de esta tierra, una sopa de ajo en perola, y una suculenta paletilla de ternasco convenientemente regado con un vigoroso caldo del Bajo Aragón.
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